En ese sentido, la afectividad social en torno a la neurociencia afectiva, según García
(2019) es “aquello que aprendemos en la interrelación con significados o interacciones
sociales, que moldea cómo percibimos o qué percibimos y si lo asociamos con algo
aberrante o atrayente” (p. 852). Es decir, parte de lo observado, vivido y entendido de
acuerdo con las experiencias compartidas.
Igualmente, para Labbe et al. (2019) la cognición social se entiende como “la
integración de procesos que permiten la interacción entre sujetos de la misma especie,
que corresponde a una función esencial para la sobrevida de los sujetos y las especies”
(p. 366). Dicho de otro modo, viene dado por el acercamiento de los sujetos y de que
aprende de ese vínculo de relación.
Planteando lo anterior, se podría señalar que la acción del educador juega un papel muy
importante en lo que respecta a la planificación, al incentivo de la resiliencia, y a su vez
dirigirse a afianzar al estudiante con diferentes estrategias didácticas de manera
cognitiva, que garantice alcanzar una educación de calidad, enfocada a la perfección de
la persona, con la activación de valores, actividades individuales y sociales.
Considerándose lo expuesto se asume que la educación ha sufrido cambios en la
búsqueda de la excelencia en la praxis docente, por lo tanto, se ha llegado a valorar
aspectos importantes como es el desempeño y la participación, la neurociencia afectiva
y la cognición como parte del proceso educativo; donde la cognición funge como base
fundamental para adquirir nuevos aprendizajes, y la resiliencia la transformación de
pensamientos.
Aunado a ello, Román et al. (2021) exponen que la resiliencia generativa “permite
experimentar la adversidad, como una oportunidad de crecimiento y desarrollo” (p. 72),
y cuyas situaciones posibilitan el crecimiento personal y la fortaleza emocional para
hacer frente a ellas. Sin embargo, se puede resaltar que la labor del educador se conoce
por su formación, por la instrucción pedagógica que imparte a sus estudiantes, por el
dominio de las actividades, los contenidos que imparte con alta responsabilidad y
creatividad y las habilidades del conocimiento que adquieren sus educandos.
A ese tenor, cabe destacar que actualmente en pleno siglo XXI, algunos países europeos
tienen una visión pragmática de la educación, en los cuales se piensa que el proceso de
enseñanza y aprendizaje suele ser mejor comprendido; cuando el docente utiliza
acciones adecuadas, para que el estudiante incremente su capacidad. Para ello, se
recomienda la aplicación de varias estrategias con actividades grupales, donde se aporta
ideas en base a exploración de conocimientos previos por parte de los educadores;
donde la resiliencia, la neurociencia afectiva y la cognición, permitirán descubrir
conductas de desánimos, que puedan contribuir a un mejor desenvolvimiento.
Por ello se deben fortalecer los lazos académicos entre los estudiantes, donde se ponga
de manifiesto la resiliencia, la neurociencia afectiva y la cognición. Desde ese punto de
vista, Avila et al. (2021) expresan que “el accionar resiliente contribuye a detectar
estados de ánimos no favorables o habituales en las personas, posibilitando el
acompañamiento profesional, con la finalidad de establecer un vínculo de atención
emocional, en favor de articular un trabajo favorable” (p. 472). Por esto, se considera
que debe estar fundamentada en el cooperativismo, dando prioridad a la toma de
decisiones de los estudiantes, con las necesidades individuales y colectivas; que