y adaptadas u diversificadas a los propósitos de la tarea, su desarrollo curricular, a las
diferencias y necesidades de los estudiantes.
Por su parte, Núñez et al. (2015) muestran que la implicación familiar, la
delimitación de un espacio para realizar las tareas y las actividades diarias ayudan a
mantener viva la motivación para abordar los deberes, pero también enfatizan que los
niños participan en los deberes, no por entusiasmo e interés propio, sino por el deseo
de agradar a otros, el sentido del deber o para evitar castigos y, en muchos de los
casos, para evitar problemas o complacer a sus padres.
Bailén y Polo (2016) sostienen que el sistema educativo debe apostar por una
educación emancipadora que conlleve a construir normas, leyes, proyectos
curriculares, proyectos educativos, programaciones didácticas en base a la
interdisciplinariedad, con el fin de generar estudiantes con visión, sueños y que les
ayuden a conocer cómo es su mundo, pero al mismo tiempo les direccione a imaginar
otros futuros mejores y plantear alternativas para alcanzarlos. Los autores plantean
un cambio en la denominación del término histórico “deberes”, pues este conlleva
una escasa motivación para su ejecución; sugieren en cambio el concepto “reto”, que
sería un concepto más implícito y asociado a buscar y encontrar motivación.
Fernández-Freire et al. (2019) afirman que, para determinar la eficacia de las tareas
escolares en casa, y, beneficien el rendimiento académico, deben estar conectadas
con los objetivos de cada nivel educativo y deben ser planteados con un volumen
asumible de trabajo para el estudiante, a más de ello, deben apoyar a las metas
educativas de cada centro.
Las tareas escolares se consideran como una oportunidad para generar y reforzar
aprendizajes y, por otro lado, como un medio para privar a los niños/ as de otras
actividades que sea de su deleite, que pueda disfrutar sin sentirse frustrados; como
una actividad desmotivante y poco creativa. Cooper (2001) citado en Regueiro et al.
(2015) define los deberes escolares como tareas asignadas por para los educandos
por los educadores para ser realizadas en horarios no escolares, constituyéndose así
en una de las actividades cotidianas en la vida estudiantil.
Por otro lado, el Acuerdo Ministerial Nro. MINEDUC-2018-00067-A la define como
“trabajos complementarios a los realizados dentro del aula, que el docente solicita a
sus estudiantes, tomando en cuenta la planificación curricular y las necesidades de
aprendizaje de los estudiantes, observando su realidad, para que sean elaborados
fuera de la jornada escolar, en un tiempo determinado y con objetivos académicos y
formativos prestablecidos, permitiendo que el estudiante refuerce y practique lo
aprendido en clase” (Mineduc, 2018a, p.4).
Mientras que Canalda et al. (2010) los precisa como actividades de apoyo ante lo
tratado, explicado o aprendido en el aula; pudiendo hablarse de ejercicios,
elaboración de esquemas, lecturas, repaso para lecciones o estudiar para un examen
para el día o días siguientes en la práctica, tratándose de actividades y consolidación
sobre lo enseñado y aprendido. Las tareas escolares tienen un carácter
complementario y no pueden sustituir a las actividades pedagógicas de aprendizaje
dentro del aula (Mineduc, 2018a). Son una de las herramientas más utilizadas para
conocer y profundizar los diversos contenidos curriculares, reforzar o poner a prueba