una de ellas sería “la necesidad de ejercer poder y control sobre otros/as (…) utilizando
la violencia entre sí o sobre otras y otros (mujeres, niñas/os, animales, naturaleza) para
probar que son hombres de verdad” (citado en López & Fernández, 2015).
La masculinidad hegemónica “está asociada a la heterosexualidad, (…) a la renuncia de
lo femenino, a la validación de la homosociabilidad, (…) a la aprobación de la
homofobia, y al sostenimiento del (hetero) sexismo” (Kimmel, 1997; Connell &
Messerschmidt, 2005, citados en Díez, 2015).
Se construye a través de los agentes de socialización en la cual “se interiorizan una serie
de mandatos o introyectos (…). Entendemos mandatos como las normas u obligaciones
que los hombres reciben (…) y que marcan un moldeamiento de lo que debe ser o hacer
un hombre” (López & Fernández, 2015).
Educar, en palabras de Bazdresch (1998) es el proceso por medio del cual “las
generaciones adultas proporcionan a las generaciones de niños y niñas la oportunidad de
conocer y apropiarse de los ideales, la identidad, los valores, las costumbres, los
conocimientos y las creencias de la sociedad en que viven” (citado en Dorr & Sierra,
1998), y es en ese proceso en que se transfieren también de manera inevitable aquellos
mandatos de género.
Esto nos convence aún más de que la masculinidad se encuentra implícita en esta
compleja y dinámica construcción socio-cultural, puesto que la escuela juega un papel
importantísimo como escenario donde se reafirman roles e interactúan diversos
elementos como la etnia, la estructura familiar, religión, orientación sexual, condición
social, currículo, entre otros.
No obstante, como lo manifiesta Diez (2015), se debe tomar en cuenta “la situación
contextual de las propias instituciones” (citado en Mendoza, 2019, p.8), ya que, pese a
la influencia ejercida por la masculinidad hegemónica y la cultura dominante, las
escuelas disponen de sus propios códigos de convivencia, normas y reglamentos
encaminadas a regular los asuntos relacionados con el género; es decir, el “régimen de
género” (Connell, 2001, citado en Mendoza, 2019).
Tyack & Hansot (1992) sostienen que el régimen de género es el conjunto de
disposiciones institucionales (segregación del trabajo, modelos de autoridad, códigos de
convivencia), los cuales rigen el funcionamiento de la escuela y difieren de acuerdo a la
institución, pero enmarcados en la cultura y el sistema educativo local; por lo tanto, no
tendrían por qué guardar coherencia, y pueden estar sujetos a cambios. Para Connell
(2001) existen cuatro componentes que lo configuran: 1) relaciones de poder, 2)
división del trabajo, 3) pautas emocionales, y 4) simbolización.
Ahora bien, ¿existen estudios que reafirmen estos supuestos?, como se muestra a
continuación, varios autores lo corroboran:
Numerosas investigaciones llevados a cabo por Skelton (2001), Chen y Rao (2011), y
Meland & Kaltvedt (2019) ponen de manifiesto la influencia del rol docente en la
conformación de las identidades de género de sus estudiantes (citados en Mendoza,
2019); y cómo en los centros escolares se perpetúa el imaginario social referente a la
masculinidad hegemónica.